Asha – The world belongs to the brave (crítica)

Asha – The world belongs to the brave (crítica)

Escrito por: David López   @FyDescritura   5 minutos

El regreso de Asha, el proyecto del inmenso Kike G. Caamaño, es una gratísima noticia. Las coordenadas sonoras habituales regresan con alguna que otra novedad.

El regreso de Asha, el proyecto del inmenso Kike G. Caamaño, es una gratísima noticia. Las coordenadas sonoras habituales regresan con alguna que otra novedad.

Asha Theworldbelongstothebrave

La principal es que el propio Kike se encarga de cantar y esto conlleva un esfuerzo más que va acompañado de la composición, la producción y tocar todos los instrumentos. El primer corte, «Here there & everywhere» conecta totalmente con el final de su disco anterior, Unspoken bond, y confirma que Kike también canta bastante bien. Un riff marca de la casa, una base de rock clásico y las evoluciones habituales te dejarán un agradable sabor de boca.

«The other side». No creo que le moleste al autor si comento que el tema tiene una importante influencia de sus adorados Wishbone Ash. Las dobles guitarras, las melodías setenteras y el ir directo al grano son las credenciales de un cañonazo que te dejará sin aliento desde la primera escucha. El solo a lo Ace Frehley, los fraseos a lo Van Halen y todo lo que supone crear un tema así son esfuerzos que no has de pasar por alto.

«Aesthetics of fear» tiene un arranque electrónico que se convierte en un riff en el que hay pinceladas de Blackmore, engarces a lo Tipton y una base rítmica que es una apisonadora. No hay piedad para los condenados en una canción que hace honor a su nombre y que tiene distintos círculos concéntricos enmarcados por una base principal. Vas a flipar.

«My wild romance» arranca con unos arpegios a lo Rush que se van convirtiendo en un riff melódico que encaja a la perfección con el mensaje de la canción. Nos gusta el solo de teclado y también que la guitarra suene bastante a discos anteriores de Asha. Puede ser un perfecto single gracias a un estribillo que recuerda, ligeramente, a los Frantic Four.

«Wandering soul» es un corte 100 % Asha con esa mezcla de riffs atronadores, las pinceladas de Zappa, la melodía, la velocidad y unos toques distintivos a la voz que nos recuerdan a distintas bandas de los 70 que habrás de adivinar durante la escucha. Tiene la misma energía que un tema de los primeros Motörhead mezclados con algo de stoner rock y de grunge. Semejante cóctel da como resultado un temazo incontestable con parte acústica rematada con ráfagas de guitarra antes de la descarga final.

«Dreamland» tiene un toque de música clásica al comienzo que no tarda mucho en convertirse en un tema en el que escucho influencias de The Who, Led Zeppelin y otras bandas de los 70. Eso sí, el tamiz de Asha se hace presente a medida que avanza un tema instrumental que va convirtiendo cada fragmento en una diapositiva diferente. La parte central incluye matices oníricos que bien podrían haber firmado Yes. Hacia el final del tema es cuando observas que no solo de shredding vive el hombre. El solo es tan melódico como emocionante. Es una de las canciones más importantes del álbum.

«Harvester of elegies» tras un derroche de elegancia al principio llega la parte vocal con un Kike que nos recuerda al Gene Simmons de los primeros discos de Kiss, aunque no tarda la canción en romper hacia territorios musicales típicos de los 90 y, finalmente, hacia el rock progresivo más clásico con toques de Rush, entre otras bandas. Una delicia.

«Ties of friendhip» comienza con mucho swing y vacileo que es casi una herencia directa del rock británico de los 80 donde los límites entre este género y el pop no estaban tan claros. Incluso diría que hay algo ahí de The Beatles. El bridge es extraordinario al crear una atmósfera muy especial justo antes de un solo con pinceladas irlandesas que nos ha encantado. El dominio de la melodía es extraordinario y también que se haya añadido la dosis justa de comercialidad a un tema que entra a la primera.

«The world belongs to the brave» es el broche de oro. Son 17 minutos de campo abierto en los que Kike se explaya sin límites. La introducción con los teclados es deliciosa y te hace ir entrando en calor antes de la que se te viene encima. Baterías tribales apuntan a que por el horizonte llegan las hordas que te van a dejar sin respiración. La manera de componer del tío Frank se une con pasajes que recuerdan a los Judas Priest de Stained Class, a Gentle Giant, a Gong y a varias bandas del hard rock más clásico. ¿Te creías que iba a ser así todo el tema? Ni mucho menos. Los pasajes a toda velocidad, las melodías más jazzísticas, los pasajes más calmados y la rabia de un músico fuera de sí se convierten en las claves que confirman que el autor ha decidido que el disco tiene que terminar de la mejor forma posible. Atención a los últimos cinco minutos porque te van a dejar con ganas de más gracias a una coda de música casi religiosa que te deja con la miel en los labios.

A un compositor que lleva décadas en esto sin que le importen las repercusiones comerciales de su trabajo no hay nada que reprocharle. Y menos todavía cuando te demuestra que es posible hacer música con alma, que se aleja de lo establecido y que viene a confirmar que el proyecto tiene sentido, que sigue siendo válido y que ya, más que una rareza, es un oasis ante el tsunami de lanzamientos de bandas que se limitan a tocar bien, pero que no transmiten absolutamente nada. Tú verás si te pierdes la escucha de uno de los mejores discos de este año. Por cierto, te lo puedes bajar gratis desde este enlace.

Reportajes


Comentarios cerrados