Crónica del Festival Castillo del Cante de Ojén (II)
Una vez repuestos de las últimas incursiones de La Cañeta de Málaga por las veredas de lo fácil, gracias a Dios apareció Miguel Poveda para dar una nueva lección a todos aquellos que dudan de su calidad por cuestiones que van desde su origen (Badalona para más señas) hasta la grabación de un disco de coplas, pues, como en todas partes, en el flamenco también hay integristas.
Con la espléndida guitarra de Jesús Guerrero, el compás de Luis Cantarote y Carlos Grilo y la percusión de Paco González, Poveda, tras una original introducción, se arrancó con unas alegrías en las que, sobrado de compás y cantando por lo bajo, como los buenos, no faltaron los guiños a La Leyenda del Tiempo, pues se volvió a ‘cantar el silencio’ como ya hiciera el genio en las alegrías Bahía de Cádiz. No obstante, hay que decir que Camarón estuvo muy presente en todas las actuaciones, en las que, ya fuera a través de las letras que interpretó o recreando las falsetas de Tomatito a su lado, se siguió recordando la figura del inmenso cantaor.
Volviendo a Poveda, mucho más suelto que la última vez que se le vio por estos lares, también se atrevió con unos versos de Pueblos de la tierra mía, deleitó a los asistentes con una magistral seguiriya, a la que siguieron unos fandangos y una minera con la que hizo gala de su grandeza, ya que la cantó a petición del público, algo difícil de ver en estos tiempos en los que muchas veces se alude a la modernización del flamenco como excusa para instalarse en la mediocridad y hacer lo que a uno le apetece, con sentido o sin él.
Asimismo, a lo largo de la hora en que deleitó a las 1.500 personas desplazadas a Ojén, también tuvo tiempo para dar muestras de su ansia por unir conceptos, matices y aficiones dispares al incluir en su recital, como lleva haciendo desde hace algunas semanas, una soleá en la que mezcla los estilos de Marchena y Mairena, diametralmente opuestos. Y, a juzgar por las reacciones, con éxito, pues en su voz se aúnan tanto la dulzura de uno como la potencia no exenta de técnica del otro.
Para terminar, no faltaron ni los tangos ni las bulerías, cuya ausencia hubiera sido imperdonable visto el compás de los acompañantes de Poveda y en las que se puede decir que recorrió los puntos cardinales del flamenco entremezclando en ellas aires de no pocos palos de diversa procedencia, con lo que lo mismo salieron a flote las letras de Tía Anica la Piriñaca que los cantes de Levante. Y para rematar, ‘media copla’, según sus propias palabras, ante el empuje del público aunque sin extenderse demasiado ‘por respeto a los compañeros’. Otra muestra de su calidad, también humana, que seguro no pasó desapercibida.
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